la ciudad sitiada: el fruto amargo del desprecio diario el Sur, 08.12.2019
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En la década de los ochenta, el poeta Thomas Harris en su obra Cipango, resignifica la ciudad de Concepción sitiada por la dictadura. Con una arquitectura arruinada, en un paisaje de represión, los márgenes urbanos y sociales fueron los ámbitos propicios para ejercer la “resistencia” desde el arte. Un acontecimiento “externo” a la arquitectura modifica radicalmente la ciudad, tal como ha sucedido recientemente en muchas de nuestras ciudades, silenciadas, violentadas y deshonradas. Recordándonos el rol fundacional de la arquitectura, proteger, “cada muro separa a los cuerpos del peligro”, el muro, el límite arquitectónico por antonomasia, será también hoja en blanco donde transcribir signos, registros, huellas.

Tres décadas después, la ciudad sometida a la desregulación del mercado, a una competencia deshumanizada, la urbe de la productividad, del exitismo individualista, de la cultura del lucro desmedido, la polis de la desaparición del sentido de lo público, la ciudad del clasismo elitista, dieron por fruto la radicalización de la segregación urbana, de la marginalidad, el desprecio y el abandono.

Sin embargo, a diferencia de lo que ciertas ideologías nos han hecho creer, pareciera que -afortunadamente- el hombre no está totalmente determinado ni por sus genes ni por su contexto, con sus sistemas y estructuras, con sus arquitecturas. Inclusive en las condiciones más desfavorables, siempre queda un resquicio, una posibilidad abierta. Pareciera que el verbo vivir, es posible de ser conjugado incluso en las condiciones más precarias, tal como nos recuerda Saramago en Memorial del Convento, como para Baltasar y Blimunda, dos allegados sin casa propia, “mirarse era la casa de ambos”.

Si convenimos que Chile necesita cambios estructurales, cabría recordar que hasta el sistema más “perfecto” puede ser corrompido, nuestra crisis no es sólo de modelo, es eminentemente ética-social. Si las relaciones espaciales constituyen una interpretación de la realidad, ejemplificando hoy la crisis del orden social, de lo que se trataría entonces sería de abrir la reflexión sobre el efecto trágico de la segregación de nuestras ciudades. Tal como sucede hoy con mucha de la arquitectura irracionalmente vandalizada, saqueada, quemada, la ciudad -nuevamente sitiada- se torna máscara y ruina, una sumatoria de fragmentos rotos a la espera de una nueva interpretación política para su recomposición.

La comprensión se escapa a nuestra compresión, pero seguro está lejos de las paranoicas conspiraciones, de los dogmas de izquierdas y derechas, y especialmente, de los que se niegan -por miedo e intereses propios inaceptables- a abrir el debate a la ciudadanía hacia la construcción de nuevas miradas de país, que inevitablemente deberían desembocar en sustanciales reformas urbanas.

Urge reflexionar sobre el poder civilizatorio de la arquitectura, sobre nuestra correspondencia con la ciudad que construimos -y destruimos-, conscientes que detrás de toda construcción subyace una concepción de persona y de sociedad, una concepción ética y política, una “imagen del mundo”.
fotografía: Nicolás Sáez, Concepción, noviembre del 2019